sábado, junio 10, 2006

A pesar de todo...

¡Qué afán tiene esta personita de despertarme todos los días más o menos a la misma hora! Sé que le desespera y le llena de envidia que yo sí pueda dormir unas “pocas” horas demás (¡no lo niegues!). Lo sé, soy su salvación para que sus responsabilidades laborales no le sigan exigiendo las horas de sueño que le faltaron por haber salido de fiesta la noche anterior. Porque, aunque sé que lo hace con todo el cariño del mundo, no creo que se muera por oír todos los días mis historias sentimentales, las que (como todo buen amigo) se sabe de memoria. En fin, ayer me hizo una pregunta, y creo que es la primera vez que le gusta mi respuesta. “¿Cómo estás?... o sea… emocionalmente”, “Bien, estoy muy bien”. Aunque físicamente no puedo decir lo mismo (siento como si me hubieran golpeado toda la noche), valió la pena.

Puedo decir que soy feliz. O por lo menos siento tranquilidad. Ese encuentro que, en un principio me llenó de pesadez, nervios, incertidumbre, celos y coraje, al final me tranquilizó, me cargó las pilas, me llenó de emociones, e hizo que confirmara una vez más que todavía eres TÚ esa persona con la que yo quiero estar. Aunque ya decidiste seguir con tu vida sin desgastarte, sé que te cuesta un poco de trabajo estar conmigo de esa forma. Lo digo por los factores externos, porque sé que tú también disfrutas de mi compañía. Yo sólo puedo agradecértelo y decirte que me encanta cada momento que hemos vivido. Que podría pasarme todo el tiempo platicando contigo de mil cosas; viendo tus divinos ojos y sus cambios de color, escuchando tu tierna voz y cada matiz que tiene, deseando tus labios y admirando cada palabra que sale de ellos. Sé también que éstos no pasan de ser encuentros casuales y fugaces, aunque el mundo se detiene cuando me sonríes. Y sí, creo que me tienes en tus manos, mientras yo te tengo en mi corazón.

Hacía mucho tiempo que no caminaba contigo a mi lado por esas calles que algún día fueron testigos del amor más bonito que hemos sentido. Y, aunque este amor esté ausente, realmente extrañaba esa complicidad que siempre ha existido entre tú y yo. Contigo no parece existir la distancia entre los lugares a los que pretendemos llegar. Siento que camino como por inercia, dejándome llevar por tus pasos. Estoy conciente de que tenemos que llegar a determinado sitio, pero no sabes cómo desearía alargar esas distancias para poder permanecer unos minutos más a tu lado. “Comer” (entre comillas porque parece que puedo alimentarme de ti) como lo solíamos hacer, entre pláticas, risas, miradas. Luego sentarnos en aquél lugar dónde antes me pedías insistentemente que te besara y abrazara, y yo me contenía por nuestra ubicación. Ahora te daría mil y un besos. Ahora haría todas y cada una de las cosas que no hice en mi afán de no meternos en “problemas”, tratando de hacer todo bien y “correctamente”. No es un comentario de arrepentimiento, sino una proposición, una oferta sin tiempo de caducidad.

Y así, con un futuro incierto (porque debemos reconocer que no tenemos la certeza de nada a pesar de nuestros esfuerzos por querer adivinarlo, yo obedeciendo a mis sentimientos y tú a la “lógica”; yo con mi cargada tendencia al optimismo, y tú al pesimismo; a mis “sí” y a tus “no”) que a veces me parece tan hermoso y otras tantas parece la peor de las pesadillas, seguimos aquí. A pesar de todo y a pesar de todos…